sábado, 16 de agosto de 2008

El pequeño Zaqueo


"Jesús entró a Jericó y atravesaba la ciudad. Había en ella un hombre llamado Zaqueo, jefe de los que recaudaban impuestos para Roma y rico; quería conocer a Jesús, pero como era bajo de estatura, no podría verlo a causa del gentío. Corriendo se adelantó y se subió a un árbol para verlo, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, levantó los ojos y le dijo:
- Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa.
Él bajó a toda prisa y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban y decían:
- Se ha hospedado en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie ante el Señor y le dijo:
- Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más.
Jesús le dijo:
- Hoy a llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que está perdido."


(Lc 19, 1-11)






Jesús es súper inquieto. Tiene clara su misión de anunciar el amor que Dios, nuestro Padre, tiene.

En este pasaje, la narración inicia con dos verbos sorprendentes: entrar y atravesar. No son lo mismo. Entrar no implica atravesar. Nuestro inquieto Maestro siempre va más allá.
Zaqueo, con características poco favorables en su vida quiere dejar entrar a Jesús al menos con una mirada.

Aquel pequeño hombre ya había oído hablar de aquél gran hombre, el Maestro. Tal vez estaba conmovido de conocer a Aquel que da brillo a cada corazón, a Aquel que reconforta cualquiera de nuestras situaciones, a Aquél que nos deja vivir con libertad para realizar acciones transformadoras. Sí, Zaqueo estaba conmovido en su propia vida de querer vivir lo mismo.

Tan solo lo que pudo escuchar hablar de Jesús, lo convenció para aprovechar una oportunidad de verlo un poco más de cerca mientras Jesús atraviesa la ciudad.

Siempre en nuestra vida, con tantos elementos que nos fortalecen o afectan, descubrimos que Cristo se está acercando a nosotros. Muchas veces preferimos ocultarnos entre la gente… claro, es más fácil esto que llegar a nuestro verdadero anhelo: estar a la par de nuestro Señor.

Anhelar estar con Cristo, nos aterroriza porque, primero, el corazón no está seguro de qué significa eso y, en un segundo momento, sabemos que Cristo nos exige mejorar…

En el fondo, anhelamos a Cristo porque queremos mejorar y eso es lo que al final nos lleva a querer estar cerca de Él, sin importar que me vea como un bobo sobre un árbol… o llorar solo en el cuarto, o ir triste en el bus, o llorar en el taxi, o caminando pensativo, o lo que es más común...simplemente sentado en la iglesia intentando decirle a Él, lo que no sabemos decir.

Al igual que Zaqueo, en cada situación que nuestro corazón vive, siempre sabemos que Dios pasa por nuestro lado. Por eso, cuando realmente cuando nuestra conciencia atiende este espectáculo ordinario, no me importa lo que la gente diga… yo solo quiero que Jesús me vea… solo que Él me vea en el lugar donde me encuentro.

Muy lindo el gesto de Jesús: levantó los ojos.

Me imagino que si uno de nosotros estuviera en la posición de Zaqueo en el momento en que Cristo lo vio, el corazón nos palpitaría en forma asimétrica. Sí, asimétrica, porque el de Jesús estaría muy tranquilo, mientras el nuestro daría rapidísimos retumbos de la emoción. La garganta tendría un nudo para el paso del aire…y las piernas temblarían tanto, que nos caeríamos del árbol…

Con razón Jesús le dijo a Zaqueo que bajara en seguida. No quería que se maltratara al querer intentar tocar el cielo.

Lo más increíble es que nuestro Señor no pide permiso cuando ve nuestra puerta entreabierta. Inmediatamente nos exige que Él tiene que hospedarse en nuestra casa. ¡Quiere atravesar nuestra casa!

Ahí es donde está el encuentro profundo. Ahí es donde Jesús suele comer en casas de pecadores (Lc 5,29-32), porque sabe que necesitamos de Él. A Jesús no le interesa la condición social de la persona (Mt 5,46), le interesa nuestro corazón, quiere habitar allí, quiere entrar y atravesarlo con su amor.

Y cumple su misión: Jesús nos trata personalmente porque quiere conmovernos y convencernos del amor que Dios nos tiene. Solo le importa uno (Lc 15, 4.6.9), al que necesita ayuda, al que no sabe qué hacer. Él quiere decirnos: “ Sí, lo sé… y te amo”

Por eso Jesús conmueve y convence al pecador (Hch 16, 31-34). Lo lleva al arrepentimiento. Es el arrepentimiento que nos lleva a reparar lo que hemos hecho mal.

Nuestro corazón debe alegrarse cuando está cerca de Dios. Con humildad, recibe a Dios en tu corazón y dile lo que necesitas. Vívelo con intensidad.

Entra Señor en mi vida,
porque quiero conocerte.
Me arrepiento de todo el mal que he hecho
y quiero vivir en comunión plena contigo.

Viniste a salvar lo que está perdido
y al encontrarme, me diste todo tu amor.

Señor, mi corazón está contento
por eso bajo a toda prisa de mi árbol…
para recibirte en mi corazón
y entregarte todo mi ser.

Atraviesa mi corazón,
¡que tu presencia lo haga más puro!
Que tu fortaleza me ayude
Y así pueda yo vivir con intensidad el amor que me ofreces
en cada momento de mi vida.

Amén.

Se me perdió Dios...



Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlos entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.

Alos tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
- “Hijo, ¿Por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”

Él les contestó:
- “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?”

Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.
Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.

Lucas 2,41-51a








En la lectura anterior, se puede ver que inicia con una costumbre: solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.

Y precisamente por ahí es donde quisiera también empezar: en la costumbre, siempre existe la posibilidad de que sucedan las eventualidades, es decir, un evento que ocurre dentro de la costumbre y que no es lo acostumbrado.

Otro detalle interesante es que destaca a Jesús como un niño a la edad de 12 años. Es común hacer esta descripción, sin embargo, según la tradición de aquellos tiempos, esta era la edad en que se asumían las obligaciones legales. En la actualidad, no sabemos si es un niño o un adolescente… podemos asignarle responsabilidades pero no independizarlo.

En este caso, Jesús goza de la tranquilidad de sus padres para estar libremente en la fiesta de Pascua. Ellos confían plenamente en él y él confía plenamente en ellos. En este punto logro ver que a partir de esta confianza mutua es cuando ocurre la eventualidad… Cuando pasa el tiempo en mi vida, me percato que algo falta y que encontrarlo requiere tiempo. María y José estuvieron tres días buscando a Cristo… yo no me imagino perder un hijo por tres días. Me volvería loco.

Y en este caso en específico, es muy curioso para nuestras vidas porque:
Dios es todo y esta en todo, por fe entendemos que Él no se puede perder.

Toda búsqueda de lo esencial genera angustia. Dios se perdió y sus padres se angustiaron muchísimo… si Dios se pierde, perdemos lo esencial... porque el vacío que se genera significa que a pesar que Dios está en todo, si Dios se me pierde, me falta todo.

Probablemente, mi reacción será igual que la de María y la de José, empezaría a buscar a Dios entre los más cercanos, entre los parientes y conocidos… y a pesar que ellos ven mi vacío, ellos tal vez no podrán llenármelo con lo que ellos tienen. Y tendré que empezar a repasar partes de mi historia, en formas muy detalladas para ver cuándo, cómo y dónde fue la última vez que lo vi para poder encontrarlo.

El problema es que Dios ya es “un niño que sabe moverse” y busca también “subsistir desde los demás”… ya no es un niño que camina poco, se va a mover mucho y seguramente que cuando yo repase mi historia y encuentre el momento en que lo vi por última vez, lo iré a buscar pero topándome con la sorpresa que ya no estará ahí, en el mismo lugar en el que lo dejé. Dios es inquieto, busca subsistir para que yo lo encuentre no como un Dios débil, sino como el Dios fuerte que quiere seguir un camino a mi lado. Y lo que es más complicado… buscará la forma para que yo lo encuentre fácilmente en cualquier lado.

Si yo fuera San José, me pasaría exactamente lo mismo, el último lugar donde lo buscaría es en el templo… lo buscaría en cualquier otro lugar antes. Sin embargo, no lo descartaría como opción, porque un templo nunca está vacío (bueno, en estas épocas creo que sí). En un templo siempre hay personas que ni son conocidas, pero que “están estupefactas” de la respuesta que Dios da en y desde personas muy sencillas.

Los maestros, aquellos que todo lo de la fe sabían, estaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba un simple niño… ¿será acaso que activaron sus capacidades de asombro para entender a Dios de una nueva forma? ¿O será que se volvieron locos? ¿Qué diantres sabe un niño para catequizar a los maestros de la fe?!!! La diferencia es que este niño, era Dios y Él sí sabe captar las atenciones de los que le desconocen, y de formas inexplicables… y entonces se me abrió una pregunta para mí…
¿cuándo dejé de darme el permiso para que Dios me catequice desde las eventualidades sencillas que he vivido en mi acostumbrada vida?

Y cuando repaso los momentos incómodos de mi vida o de la vida de quienes he compartido mi camino, descubro que toda angustia llega a ser grande y a veces no llego a entender nada… que no comprendo lo que está pasando y solo veo que algo me falta…y le pregunto ¿Por qué me tratas así? … Al igual que a José y a María… solo sé que Cristo no está a mi lado.

En ese entonces, empiezo a buscar y a buscar y a buscar, hasta cansarme… y frente al cansancio de buscar, llego a caer sentado al punto de empezarme a rendir… y cuando me rindo, lloro… y a pesar que ocupo llenar mi vacío, me vacío de mis lágrimas… al punto de quedarme dormido… Siempre despierto nuevamente angustiado, triste, pero con una condición que creo que también te puede pasar… empiezo a escuchar los ruidos o las voces que me hicieron despertar… recuerdo que dormí pidiéndole a Dios que me quite este vacío.

Es raro, pero siempre me despierto también con un poco de paz ¿será que me despierto “en casa de mi Padre”? ¿Será que en cada despertar Él quiere ser el que sorprende? Lo que sí sé es que cada vez que me encuentro con Él, siempre se me para la respiración… pero este vacío de aire, no me vacía el alma, ni la mente y mucho menos el corazón.

A Él le hice una pregunta…
¿Por qué Señor, a pesar de darlo todo, me siento vacío, me siento descartado en el camino? ¿Por qué si sabes que te tengo confianza, te me pierdes?


Haciendo mi Lectio Divina, le escuché y entendí que Dios es muy talentoso para dar respuestas. Me lo imaginé hablándome.

“Mis palabras ahondan en tu corazón y dan aire a tus pulmones… y el vacío empieza a desaparecer poco a poco.

Mis palabras no te hacen sentir descartado. Mi Palabra te llena de amor… tanto que tienes que compartirlo, pero que tiene el mismo efecto de una candela que comparte con otra su fuego: se alumbra más el lugar pero en ninguna candela la llama se hace más pequeña. Darlo todo no esta mal, pero recuerda que Yo soy Todo y cuando me das, nunca quedas vacío.

No me pierdo, lo que pasa es que no me voy delante de ti, sino que voy a tu lado para que aprendas también a caminar... así ayudarás a otros a caminar y principalmente descubrirás en otras personas mi ayuda.

Y por cierto! En tu angustia siempre te abrazo… por eso se te va el aire”


Me encontré con Cristo. Al igual que Jesús y María al final de la lectura, no comprendí que pasó, pero sí sé que pasó algo que provocó que lo cotidiano, lo que me era costumbre, ahora se me hiciera diferente. Ahora puedo darlo todo, todo lo que no es mío…sino que doy todo lo que Dios me dio.

Al llenarme de Dios, no puedo experimentar vacío por que Él es todo… por eso me pregunto… ¿Si Dios es todo, será que de Dios también es el vacío?

¿Señor, será que me diste este vacío para descubrir:


que al darlo yo todo a pesar de quedarme sin nada;
que al buscar en todas partes y aun así no encontrar nada;
que al sentarme, tener que llorar hasta sin ganas;
que al pensar, logro también entristecer;
que al intentar, habrá momento sen que no podré;
que al marcar, me falta el valor para llamar;
que al pasar, aún así no puedo ver como quisiera;
que al intentar rezar, aún me da por quedarme dormido;
que al rezar puedo entender lo que pasa;
que al escribir en la hoja, al final, aún me queda en blanco;


.. que Tú siempres estás ahí?

¿será acaso Señor que tengo que devolverme contra la corriente como María y José y angustiarme en la búsqueda para poder encontrarte?

Y al encontrarte, ¿tendré que retomar la ruta, caminado ya no con tanta gente? ¿Tendré que caminar solo de regreso para alcanzar todo lo que dejé por buscarte y por hallarte? Porque a pesar de mis esfuerzos, aún no entiendo lo que quieres de mí… ni siquiera eso de caminar solo, contigo.

¡Definitivamente, en la costumbre, siempre existe la posibilidad de que sucedan las eventualidades! Como me sacas tan facilmente con tareas más difíciles! Me cautivas!

¡Me rindo! No tengo silla para sentarme… me tiro al suelo!!! Porque quiero escucharte, porque quiero que llenes este vacío que hay en mí. Si Tú eres todo, te acepto aunque no te entiendo. Seguiré confiando plenamente en ti.

Ahora me daré todo a ti, sé que no me descartarás y que no me dejarás solo. Quiero ser tu recipiente… ¡lléname!


Entendí también que Dios vive “bajo mi autoridad” pues me ama tanto que respeta mis decisiones, a pesar de ser absurdas… como cuando le he dicho que se vaya de mi vida.




Pablo Zúñiga Rodríguez
Jueves 3 de abril 2008

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